Pasaron diez años y el escritor regresó en busca de la princesa Odai. Al llegar al castillo, tocó el timbre y la princesa, sin voltear, salió diciendo que dejara el jardín como siempre, pensando que era su jardinero. Desde dentro de la casa se oían las voces de dos niños pequeños discutiendo sobre quién se había tomado la leche: una niña de seis años y un niño de siete, los hijos de Odai y el príncipe. El escritor pudo ver que tenían los ojos azules de su padre y el cabello castaño de su madre. Odai salió con las mochilas de los niños en mano, diciendo que el carruaje de la escuela los llevaría de nuevo. Sin embargo, los niños continuaron discutiendo y el carruaje se fue sin ellos.
El escritor comentó a Odai: “Qué preciosos niños, ¡son iguales a ustedes!” La princesa, reconociendo la voz del escritor, se volvió con entusiasmo. Los niños le preguntaron quién era él, y la princesa respondió que era una larga historia. Al ver que el carruaje se había ido, les pidieron que le dijeran a su padre que los llevara en su carruaje a la escuela. Los niños aceptaron y, entre risas, fueron a buscarlo.
El escritor le comentó a la princesa que su vida parecía muy entretenida y ocupada y que, para poder charlar tranquilamente, regresaría en unos años. En ese momento, los niños salieron diciendo que su padre estaba muy ocupado para llevarlos, y que debía hacerlo ella. Odai accedió, se despidió del escritor y se fue con sus hijos.
Pasaron quince años más; el escritor esperaba cinco años adicionales para no tener inconvenientes al regresar. Cuando fue a visitar nuevamente a la princesa, encontró el castillo descuidado. Al tocar el timbre, la guardia le informó que la princesa Odai y sus hijos ya no vivían allí. Sorprendido, el escritor preguntó dónde podría encontrarla. El guardia le sugirió que buscara en el pueblo.
El escritor se dirigió al pueblo y preguntó por ella. Un hombre le indicó que la princesa vivía en una cabaña alejada. Al anochecer, llegó a la cabaña y en la puerta vio al dragón del miedo, quien lo saludó con alegría. El escritor le preguntó la razón de los cambios en la vida de la princesa, y el dragón le explicó que hacía ocho años la princesa y el príncipe azul se habían separado, pues el príncipe la trataba mal y ella ya no se sentía cómoda. Un día, la princesa, cansada, decidió irse con sus hijos a buscar otra vida. Así fue como empezó a trabajar en una pastelería del pueblo, donde sus hijos la ayudaban y era muy querida por sus clientes. Con el tiempo, la hija se casó y el hijo fue a estudiar a otro país, dejando sola a la princesa.
El dragón le confesó al escritor que, por mucho tiempo, el príncipe manipuló su miedo, diciéndole que sin él la princesa y él sería nada. Este temor hizo que la princesa tardara mucho en reunir el valor para irse, hasta que finalmente fue capaz de hacerlo.
El escritor entró a la cabaña, donde encontró a la princesa en una mecedora junto a la ventana. La princesa, al verlo, mostró felicidad, aunque no el entusiasmo de antes. Le contó la vida que había tenido con el príncipe, sus problemas y cómo se separaron. El escritor le dijo que ya no necesitaba un príncipe para ser feliz, y le recordó que él había conocido a una princesa fuerte y valiente, con ganas de vivir, que había desafiado al propio autor de su historia para lograr una buena vida.
La princesa Odai recordó todo lo que había vivido y lo que era capaz de hacer, sintió ánimo y decidió construir una nueva vida. Así, la princesa, el dragón y el escritor volvieron a ser el mismo grandioso equipo que fueron al inicio de la historia.
Y colorín colorado, este cuento, por fin se ha acabado.
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